Los medios de comunicación difunden una imagen falsa de los gitanos y las series de televisión no han sido una excepción. A menudo, refuerzan estereotipos y explotan la imagen de este pueblo como un modelo de exotismo y barbarie que sería impensable para describir a cualquier otra minoría.
En 1978 se derogó la última legislación discriminatoria hacia los gitanos tras el histórico discurso del diputado Juan de Dios Ramírez Heredia. Sin embargo, se ha avanzado muy poco en su representación en la pequeña pantalla.
Las series de TVE con representación gitana
La emblemática serie Curro Jiménez, pese a contar con un personaje llamado “El Gitano” (interpretado por Eduardo García), sorprende por sus escasas alusiones a los romaníes. De hecho, en el capítulo 18 la narración está claramente inscrita dentro de los habituales motivos antigitanos, cuando el personaje de El Algarrobo socorre a una niña retenida en un campamento romaní.
El mito del robo de niños a manos de gitanos, popularizado por Cervantes en La gitanilla (1613), se expandió a través de cuentos y canciones infantiles de toda Europa. Aunque no existen registros de que ese tipo de delito haya sido cometido por gitanos, la leyenda ha llegado hasta nuestros días con el fin de infundir desconfianza hacia los romaníes.
Si en Curro Jiménez la conceptualización de los gitanos procedía de la literatura, en una serie como Brigada Central subvertía el cine quinqui, al situar como protagonista a un gitano que no era un pequeño delincuente, sino un agente del orden público. Imanol Arias –quien ya había dado vida al atracador de origen merchero Eleuterio Sánchez en El Lute– interpretaba en esta ocasión a Manuel Flores, un comisario romaní que dirigía un grupo policial de élite.

En el primer capítulo –que obtuvo una nada despreciable audiencia de 13 millones y medio de espectadores–, el conflicto identitario se escenificaba en varias escenas. En una de ellas, el comisario se encontraba casualmente por la calle con su padre, un trilero con el que no tenía contacto, acompañado de una joven (Rosario Flores). Al verlos, amenazaba con detenerlos de malas maneras.
La presencia de la hija de Lola Flores, junto al cameo en otra escena del dúo Azúcar Moreno –que un año más tarde representaría a España en Eurovisión–, pretendía añadir un toque de “autenticidad” al reparto. No obstante, relegaba a las actrices de origen gitano a papeles de menor entidad. Además, las seguía caracterizando dentro de manidos estereotipos.
Aunque en la ficción audiovisual es inevitable recurrir al artificio, existe una creciente demanda social, especialmente en el caso de las minorías, de ser representadas por intérpretes de su misma etnicidad. Aunque esto no garantiza que la representación se ajuste necesariamente a la realidad, para los actores y actrices gitanos resulta frustrante que este tipo de papeles los encarnen sistemáticamente personas blancas. Más aún cuando este tipo de imágenes suelen ser negativas. La investigadora Eva Woods-Peiró describe este fenómeno de la “gitana blanca” en White Gypsies.
Docu-realities y explotación del antigitanismo
En la actualidad, el formato más popular en el retrato de los gitanos es, sin duda, el del docu-reality, que mezcla el documental con la telerrealidad.
El origen de este fenómeno es el programa del británico Channel 4 Mi gran boda gitana, muy criticado por asociaciones romaníes británicas y de travellers (una minoría de origen irlandés).
Aunque los protagonistas se interpretaban a sí mismos, la serie difundía una visión de los gitanos como integrantes de un pueblo que conserva tradiciones ancladas en el pasado y al que se identifica por lo ostentoso de sus atuendos. Paradójicamente, los trajes de fiesta los creaba siempre una misma diseñadora, Thelma Madine, no gitana. A menudo, Madine era presentada como interlocutora y figura de autoridad en materia de cultura romaní por encima de los integrantes de la propia comunidad o de antropólogos especializados.
Existió también una versión estadounidense, Big Fat American Gypsy Wedding, y el formato inspiró en España Palabra de gitano, denunciado por Fakali (Federación de asociaciones de mujeres gitanas). La serie dejó de emitirse por las quejas, pero Cuatro produjo poco después Los Gipsy Kings y se ha especializado en este tipo de formatos.
De hecho, en 2023, la cadena emitió nada menos que tres spin-off de Los Gipsy Kings basados en las peripecias de la misma familia: Mi gran boda gipsy, Dos bodas gipsy y Mi gran bautizo gipsy. Así, sus protagonistas, los Jiménez, eran presentados como si encarnaran a todos los gitanos de España. La utilización de gipsy en los títulos denota, por cierto, una escasa sensibilidad, ya que muchos romaníes consideran este término un insulto.
Gitanidad e identidad trans en los reality shows
En los últimos años, algunas cadenas han apostado por incluir a concursantes trans de origen gitano en los reality. Fue el caso de la defenestrada Saray Carrillo en la octava edición del concurso culinario Masterchef, o de Jota Carajota en Drag Race España, en el que un grupo de participantes compite por ser la mejor drag queen.
Aunque estos programas pretenden mostrar una mayor diversidad, la presencia de gitanos trans en la pantalla plantea algunas dudas. Por un lado, el activista LGTBI+ y romaní Demetrio Gómez defiende la capacidad de estos programas de ser espacios de inclusión y reafirmación de la autoestima. Además, señala que sus protagonistas emplean el drag para “cuestionar y desafiar las estructuras de poder y las injusticias sociales”.
Sin embargo, los comentarios de otros participantes y el montaje de la serie contraponen la identidad trans con la romaní, igual que hacía Brigada Central con ser policía y gitano. Jota Carajota defiende, por un lado, que lo trans es perfectamente compatible con su identidad gitana. Por otro, lamenta que parte de su familia extensa no le hable a causa de su identidad de género. En su caso, achaca el rechazo a su etnicidad, cosa que no hacen el resto de participantes del concurso que, en algunos casos, también han sufrido transfobia por parte de sus familias.
La representación de la mujer gitana
La reciente serie La novia gitana arrastra, en su representación de los romaníes, el tratamiento antigitano de la novela en la que se inspiró. En los anuncios de la serie se llega incluso a exponer como fetiche el cuerpo de una joven romaní asesinada.

Recrearse en la “pornografía del cadáver”, casi siempre femenino, es habitual en el cine y las series. Pero además aquí se le añade un componente que tiene que ver con la racialización del personaje. La mirada colonial liga la violencia de la imagen con el hecho de estar vestida de novia. El vestido blanco (símbolo de virginidad) manchado de sangre asocia al personaje con el “honor” mancillado de su comunidad. La imagen tiene ecos lorquianos gracias a las diversas adaptaciones de Bodas de sangre. Aunque los personajes ideados por Lorca no fueron concebidos como gitanos, sí lo son, por ejemplo, en la versión de Carlos Saura.
En definitiva, aunque el interés por la representación de los gitanos no cesa y se adapta con sorprendente facilidad a cualquier formato, su retrato sigue cargado de prejuicios antigitanos.
Desde el documental, algunos cineastas romaníes como Pilar Távora, Pablo Vega o Yago Léonard han ampliado los modos de representación de sus comunidades. No obstante, hay pocas series que, aunque sea puntualmente, hayan apuntado en la dirección correcta (un ejemplo sería Caminos del flamenco).
El recién estrenado Año del Pueblo Gitano en España es un buen momento para reflexionar sobre cómo consumimos estos productos y qué deberían plantearse la industria audiovisual y las instituciones a la hora de financiar o premiar ciertas series. Es trabajo de todos desterrar de una vez por todas imaginarios que acaban repercutiendo en la vida cotidiana de muchos conciudadanos desde hace más 600 años.