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Una mujer observa detrás de una ventana enrejada.
Posible retrato de Aldonza de Mendoza en la tabla de ‘Cristo ante Pilatos’ del Maestro de Lupiana. Museo del Prado

El secreto de Aldonza de Mendoza que quedó reflejado en el arte

Segunda fase de la serie ‘Las mujeres del arte medieval’.
Segunda fase de la serie ‘Las mujeres del arte medieval’. The Conversation,, CC BY-NC-SA

Muy pocas mujeres en la baja Edad Media acumularon tanta riqueza y poder como Aldonza de Mendoza (ca. 1379-1435). Tanto es así, que en un documento de la época se llegó a decir de ella: “no conocí señora ni dueña tan rica en Castilla como la dicha señora duquesa, salvo la señora reina de Castilla”. Pese a ello, es bastante probable que el lector o lectora de este artículo nunca haya oído hablar de ella.

Y es que el caso de Aldonza de Mendoza constituye uno de los ejemplos más notorios de una voz femenina silenciada a través del tiempo. Una voz que escondía un increíble secreto y que, al contrario que la de su medio hermano, el famoso marqués de Santillana, no fue reivindicada hasta tiempos muy recientes. Irónicamente, fue su posición extraordinariamente privilegiada la que mantuvo a la duquesa en una pugna constante por mantener su estatus y, sobre todo, su independencia frente a diferentes hombres que trataron de socavar su poder.

Protección masculina

Aldonza descendía por línea materna del rey Enrique II de Castilla. Su madre, María Enríquez, había sido el fruto de una aventura extraconyugal de dicho monarca. Su padre, Diego Hurtado, era el primogénito de los Mendoza, una de las familias más ricas y poderosas de Castilla a finales del siglo XIV. Aunque Aldonza también era la primogénita, como era costumbre en Castilla, no habría de recibir el grueso de la herencia paterna, ya que tenía hermanos varones.

Escudo de María Enríquez (madre de la duquesa de Arjona) en el sepulcro de Aldonza de Mendoza.
Escudo de María Enríquez (madre de la duquesa de Arjona) en el sepulcro de Aldonza de Mendoza. Foto del autor.

Las dificultades para Aldonza comenzaron con la muerte de su madre y el casamiento de su padre en segundas nupcias con Leonor de la Vega, de la cual nacería su hermanastro Íñigo López de Mendoza, futuro marqués de Santillana.

Poco después, las sucesivas muertes, primero de su hermano y después de su padre Diego, la dejaron desprotegida frente a los intereses de Íñigo. Este, según la tradición, pasaba a ser el heredero universal de los bienes de la poderosa Casa de Mendoza. Contra todo pronóstico, sin embargo, Aldonza recibió en herencia uno de esos lotes que “tendría” que haber heredado Íñigo, con una extraordinaria suma de bienes.

Sin apoyos familiares directos y ante los pleitos que su hermanastro inició para hacerse con su herencia, Aldonza optó por casarse rápidamente para defender su estatus con el conde de Trastámara, Fadrique Enríquez, nieto de un hermano del rey Enrique II. Así obtenía el apoyo familiar masculino que había perdido con las muertes de su padre y hermano y, al mismo tiempo, aseguraba la independencia de su propio linaje. Este movimiento se vio culminado cuando su marido consiguió el ducado de Arjona en 1423.

En realidad, hoy sabemos que las complicaciones para Aldonza no terminaron con su boda, sino que estas fueron a peor. Desde 1412 el trato vejatorio hacia ella fue continuado, constituyendo uno de los más claros ejemplos de violencia de género documentados de toda la Edad Media. En un pleito posterior, más de 20 testigos señalarían cómo durante su matrimonio Aldonza de Mendoza fue maltratada físicamente en repetidas ocasiones y encerrada en el castillo de Ponferrada durante varios años. Al parecer, el duque de Arjona incluso intentó envenenarla para acabar con su vida.

Foto del castillo de Ponferrada.
Castillo de Ponferrada (León). Foto del autor.

Mostrar el verdadero estatus

Sin embargo, hubo un giro de los acontecimientos en 1429: el duque de Arjona cayó en desgracia por conspirar contra Juan II y falleció poco después en extrañas circunstancias. En ese momento la duquesa viuda, por fin administradora única de su fortuna, se retiró a sus estados y comenzó un monumental proyecto de mausoleo para reflejar tras su muerte el estatus que se le había negado en vida.

Para ello, decidió convertir la iglesia del célebre monasterio jerónimo de Lupiana, en Guadalajara, en su propio espacio funerario. Encargó para ello una suntuosa obra que incluía un gran retablo mayor, una sillería, diversos tapices y un sepulcro donde descansarían sus restos para la eternidad. Hasta allí transportó también su amplia biblioteca. Desgraciadamente, Aldonza murió poco después de comenzar el proyecto, en 1435, por lo que fue la orden jerónima la encargada de terminarlo.

Sepulcro de Aldonza de Mendoza, con una escultura de una mujer tumbada sobre la tumba.
Sepulcro de Aldonza de Mendoza, hoy en el Museo de Guadalajara. Foto del autor.

Los pocos restos que nos han llegado de este panteón nos hablan de una empresa colosal con un claro mensaje femenino y matrilineal. Por ejemplo, su sepulcro ostentaba el escudo de su madre, y no el de su marido, que habría sido lo común en la época. Con ello se hacía hincapié en que Aldonza era portadora de sangre real más allá de su infructuoso matrimonio.

Por otra parte, el retablo mayor de Lupiana debió ser una de las empresas más monumentales de su tiempo. Pintado por un maestro noreuropeo, en una de sus escenas incluía una suerte de retrato o “recuerdo” de la propia duquesa de Arjona como si fuese la mujer de Poncio Pilatos.

Pintura de Cristo siendo llevado ante Pilatos mientras una mujer observa desde una ventana.
Maestro de Lupiana. Cristo ante Pilatos. Ca. 1440. Procedente del Monasterio de Lupiana (Guadalajara). Museo del Prado

Un enorme secreto

Sin embargo, hoy sabemos que Aldonza guardó un gran secreto hasta el mismo momento de su muerte. En un documento descubierto hace algunos años se reveló que la duquesa había tenido un hijo fuera del matrimonio. Este era un hecho insólito en la sociedad patriarcal de su tiempo, que permitía los bastardos de hombres, pero no de mujeres.

De hecho, antes de fallecer, habría negociado clandestinamente con su hermanastro el marqués de Santillana para casar a su hijo ilegítimo con una de las hijas de este. Pero, aunque el pacto llegó a firmarse, este nunca llegó a consumarse. No sabemos si el hijo de Aldonza vivió lo suficiente para cumplirlo. Lo que sí sabemos es que todas las obras de arte encargadas por la duquesa para su panteón estaban destinadas a legitimar esta nueva dinastía fallida.

Esto tendría eco, por ejemplo, en el hecho de que mandase rodear su capilla con tapices de la Historia del caballero del Cisne. En este poema medieval, un joven héroe salva a una duquesa y desposa a su hija. Y lo hace todo bajo una condición: que nunca le pregunten por su procedencia o nombre.