Según los creacionistas que defienden el llamado “diseño inteligente”, es imposible que algo tan sofisticado como un ojo surgiera poco a poco por la acumulación de pequeñas mutaciones genéticas, sin un plan “superior”. Es su ejemplo favorito para refutar a Darwin, aunque los científicos han rastreado el origen de nuestro órgano visual hasta hace cientos de millones de años, cuando las células adquirieron la sensibilidad a la luz.
El fruto de ese largo viaje evolutivo verdaderamente asombra por su perfección, pero también está muy expuesto a los elementos (luz, aire, polvo…) y puede dañarse con facilidad. Por eso es tan importante seguir los consejos de los expertos para comprar unas gafas de sol –mejor en los centros ópticos–, utilizar correctamente las lentillas o mantener prácticas saludables cuando nos sentamos horas y horas delante de un ordenador. Tenga en cuenta que la exposición prolongada a las pantallas reduce el número de sus parpadeos e incrementa el riesgo de que se le resequen los ojos.
Igualmente caracteriza a nuestra época un defecto visual que ha adquirido auténticas dimensiones de epidemia: la miopía. Se calcula que la mitad de la población mundial será miope en 2050. La predisposición genética es una de sus principales causas, pero ese factor no se modifica en unas pocas décadas. Son nuestros hábitos lo que sí han cambiado, y mucho. “Quizás solo estemos ante una adaptación del ser humano al medio. La vida ahora se vive de cerca”, conjeturaba Juan Gonzalo Carracedo Rodríguez, profesor de Optometría y Visión de la Universidad Complutense de Madrid.
Noelia Valle, profesora de Fisiología de la Universidad Francisco de Vitoria, nos recordaba a este respecto las conclusiones de un estudio realizado en Australia entre 2003 y 2005, que asoció por primera vez un mayor tiempo al aire libre con una menor prevalencia de miopía entre los niños. Esto se explica por dos motivos: por las características únicas de la luz solar frente a la iluminación artificial y por el hecho de que en el exterior enfocamos la vista a mayores distancias. La vida moderna, entre cuatro paredes, no nos deja ver el bosque.
Más preocupación causa aún entre los expertos el glaucoma, la primera causa de ceguera irreversible en el mundo. El 3,5 % de la población mundial sufre esta enfermedad neurodegenerativa que afecta al nervio óptico, y se estima que hasta 111 millones de personas la padecerán en 2040. El problema es que no presenta síntomas ni molestias en su fase inicial: la pérdida de visión empieza en la periferia y se acerca poco a poco hasta el centro. Cuando el paciente se da cuenta, suele ser demasiado tarde.
De ahí la importancia de detectar a tiempo la hipertensión ocular, el primer factor de riesgo del glaucoma. José María Martínez de la Casa, catedrático de Oftamología de la Universidad Complutense, recomendaba realizar exploraciones cada dos o tres años en los menores de 40 años y cada dos a partir de esa edad. Porque cuidarse la vista es tener visión de futuro.