Cuando miramos atrás hacia la Prehistoria, lo hacemos un poco por encima del hombro. Como si estuviéramos a años luz de aquellos trogloditas que vivían en cuevas e, imaginamos, andaban por ahí en taparrabos. Sin embargo, quizá no seamos tan diferentes de ellos, al menos, en lo fundamental. Tenían, como nosotros, sus sabios, sus expertos, sus científicos. Ni siquiera podríamos asegurar que cualquier sapiens de 2025 esté mejor preparado que algunos homínidos de entonces. Muchos de nosotros, hoy, no tendríamos ni idea de cómo levantar templos colosales como el dolmen de Menga (Antequera, Málaga, 3800-3600 a. e. c.), un ejemplo de los sofisticados conocimientos de ingeniería, geología, geometría, física y astronomía que poseían los viejos cavernícolas.
Tampoco muchos nos atreveríamos a practicar una trepanación, algo que ya hacían los primeros neurocirujanos a finales del Paleolítico. Diversos hallazgos en la península ibérica muestran que en la prehistoria ya se realizaban operaciones de oído o intervenciones en el cráneo para aliviar distintas patologías. Y lo mejor es que la mayoría de los individuos operados muestran signos de supervivencia.
Por otra parte, las evidencias de que superaban lesiones traumáticas, procesos infecciosos y patologías complejas dejan claro que practicaban cuidados como el lavado, drenaje, vendado o alimentación de los enfermos. En el contexto de una economía de subsistencia, estos pacientes no habrían sobrevivido sin recibir atención de los miembros de su comunidad.
Además, sabemos que a los primitivos les gustaba divertirse, como a nosotros, y socializar alrededor de la hoguera. Si era con música, mucho mejor. También los niños jugaban entonces y tenían juguetes. Los adultos los mimaban y valoraban su rol dentro de la comunidad, como sugieren los ajuares que los acompañaban en diversos enterramientos.
Como a nosotros, no les gustaba pasar frío. Y no tenían un pelo de tontos a la hora de buscar cobijo. Lo demuestran yacimientos como el encontrado en el prepirineo catalán, que sirvió como refugio a neandertales en tiempos glaciales. Eso no impedía que padecieran, en ocasiones, lluvias torrenciales e inundaciones inesperadas, como ocurrió con los habitantes del yacimiento del Barranco León (Orce, Granada) hace 1,5 millones de años.
Y, hablando de neandertales, como a los de las cavernas, a los sapiens de hoy les sale a veces el ramalazo xenófobo y racista. Aunque haya siempre gente abierta, solidaria y tolerante a la diferencia y con ganas de aprender cosas nuevas de los extranjeros, exactamente igual que ocurría entonces. Cuando algunos grupos de sapiens se cruzaban con grupos de neandertales, no siempre había guerra. También hubo amistad, cooperación y mestizaje, sobre todo, en tiempos difíciles.
¿De verdad somos tan distintos de ellos? Si nos quitan la ropa de marca, la inteligencia artificial y los PFAs, es posible que no.