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La vida atrapada en una cama hospitalaria

María está ingresada en la unidad de agudos con una fractura de cadera. Antes cuidaba a su esposo, pero ahora necesita que alguien la cuide a ella. Los médicos creen que ya reúne los requisitos para recibir el alta de esa unidad, pero su familia no puede organizarse rápidamente para asumir sus cuidados. Su cama seguirá ocupada, cuando podría usarse para otro paciente. Y además, prolongar la estancia también puede tener consecuencias negativas para María.

Se suele utilizar el término inglés bed-blocking (“cama bloqueada”) para describir este tipo de situaciones, es decir, cuando un paciente listo para salir del hospital no puede hacerlo por motivos familiares o sociales.

Se trata de un problema importante en los sistemas de salud de muchos países, ya que los hospitales tienen recursos limitados y, a medida que la población envejece, las necesidades aumentan. Reino Unido, país que monitoriza continuamente el problema, estima que puede afectar en algunas regiones a una de cada tres camas de hospital.

Un déficit de coordinación

Aunque las razones detrás de un alta retardada suelen ser variadas, normalmente demuestra un déficit de coordinación entre diferentes niveles de atención sanitaria. Cuando el entorno familiar o social falla en el momento de la recuperación, queda patente una falta de servicios de atención poshospitalaria, como residencias de ancianos o atención domiciliaria.

Los pacientes en bed-blocking suelen haber experimentado un empeoramiento brusco e inesperado en su capacidad para valerse por sí mismos. Esto incluye a individuos que han sufrido accidentes, cirugías mayores o enfermedades graves.

En general, afecta más a personas mayores porque la situación suele agravarse debido a múltiples enfermedades que se potencian y una mayor dependencia de cuidados continuos. Sin embargo, también puede ocurrirle a personas más jóvenes si necesitan ayuda especializada y no tienen quien las apoye.

La evolución en el perfil actual de las familias probablemente contribuye al fenómeno. ¿Qué sucede cuando esas mujeres que han trabajado fuera de casa y, además, han sido cuidadoras de sus familiares envejecen? Por ejemplo, en España, el modelo de sociedad se parece ahora más al del norte de Europa y precisa de una mayor asistencia institucional.

¿Qué consecuencias tiene para el paciente y el sistema sanitario?

Las altas retardadas tienen importantes consecuencias económicas para los sistemas de salud. Por un lado, se incrementa injustificadamente el coste de los procesos por aumentar las estancias en el hospital. Y por otro lado, se reduce la disponibilidad de camas para otros pacientes que necesitan atención urgente o esperan una cirugía programada. Esto puede agravar la saturación de los servicios de emergencia y empeorar los indicadores de la lista de espera quirúrgica.

La prolongación de la estancia también complica la seguridad del paciente. Permanecer en el hospital cuando no es necesario expone a riesgos adicionales, como infecciones o caídas. Además, se agrava cada vez más la dependencia al empeorar la movilidad por seguir ingresado en una cama de pacientes agudos, que no es un recurso adecuado para la recuperación funcional.

¿Qué podemos hacer para resolver el problema?

Una solución prioritaria y sencilla de implantar es valorar el entorno del que proviene el paciente en el momento del ingreso: no es lo mismo ser cuidador a que nos cuiden, tener un piso adaptado que una casa con barreras arquitectónicas, cobrar una buena pensión que no llegar a fin de mes, vivir en un entorno rural que en una ciudad con recursos cerca…

Si en el momento del ingreso hacemos una evaluación integral de las necesidades del paciente y de los recursos disponibles en su hogar o comunidad, aseguramos una transición fluida y segura en el momento del alta.

La clave está en poner en marcha sistemas de gestión de casos que faciliten la coordinación entre los diferentes niveles de atención sanitaria y social. Esto incluye la colaboración entre hospitales, servicios de atención domiciliaria, residencias de ancianos y otros proveedores de cuidados.

Si tenemos suficientes recursos en la comunidad para atender a las personas que ya no necesitan estar en el hospital, se reduce el colapso que complica el flujo de entrada y salida de pacientes. Por ejemplo, no es lo mismo que un paciente reciba el alta y se recupere en su comunidad que verse desarraigado por falta de plazas en residencias cercanas a su comarca.

¿Qué sabemos y qué preguntas quedan por responder?

En un hospital español tecnológicamente avanzado como Valdecilla (Cantabria), con unas mil camas de capacidad, se registraron unos 250 casos anuales de alta retardada en el período prepandemia. El problema de las altas retardadas por motivos no clínicos afectaba más a pacientes complejos, quirúrgicos y que esperaban ser derivados a centros de cuidados de larga estancia.

Los perfiles esperados eran personas con intervenciones de cadera programadas o urgentes, ictus, amputaciones por problemas vasculares o fragilidad, pero además llaman la atención pacientes que fallecían en una situación de bloqueo por no disponer de recursos destinados a cuidados paliativos.

Queda por saber si el sistema sanitario ha tomado conciencia de la importancia de los cuidados tras la pandemia o, por el contrario, se ha deshumanizado aún más. Es urgente tener en cuenta que nuestros hospitales son muy eficaces para resolver patologías agudas, pero existe un vacío en cuidar a las personas cuando no pueden volver a casa y necesitan asistencia.

La solución es combinar estrategias que mejoren la coordinación de cuidados, aumenten la disponibilidad de recursos poshospitalarios y aseguren una evaluación integral de las necesidades del paciente desde el momento de su ingreso. Así se podrá garantizar una atención eficiente y segura y que el alta no sea un momento de incertidumbre, sino una noticia esperanzadora.